La campaña activa de la FIFA para propagar el fair play se ha convertido en una aspecto permanente de la vida futbolística. La campaña de la tarjeta amarilla, introducida en 1988, dio prueba de su eficacia y, al haber sido vigorizada, continuará siendo el símbolo más visible del programa altamente efectivo para sensibilizar al mundo sobre la ética y la moral del deporte. Es una vocación que no debe ser nunca descuidada.
Casos de dopajes positivos, jugadores tomando drogas "recreativas", individuos que intentan manipular los resultados a través del soborno, funcionarios oficiales aceptando incentivos ilegales, jugadores atacando a hinchas y árbitros, cánticos racistas, una oleada de jugadores buscando "zambullidas" para poner en apuros a los adversarios... hay que admitir que hubo momentos en estos pasados dos años en los cuales la noción de la deportividad y de la ética de juego parecía más escurridiza que nunca. Sería muy fácil responder a las controvertidas preguntas que sondean la causa simplemente con "son problemas sociales de nuestra época". El fútbol tiene que pasar a la ofensiva frente a los infractores.
La FIFA fue sacudida por las revelaciones durante el Campeonato Mundial Juvenil 1995 en Qatar que ciertas personas ajenas al fútbol contactaron a los jóvenes jugadores de algunos equipos tratando de ofrecerles incentivos -a cambio de una victoria. Esta conducta aparentemente inofensiva era mucho menos benévola de lo que parecía a primera vista, cuando salió a luz que los individuos involucrados, provenientes del sureste de Asia, no sólo habían contactado a jóvenes futbolistas en previas competiciones de la FIFA, maniobrándolos a situaciones que podrían comprometerlos en el futuro, sino que tenían asimismo contacto con sindicatos de apuestas en los países de donde provenían.
Fue mucho más que mera coincidencia que casi en la misma época se estaban investigando casos de corrupción por manipuladores del sureste de Asia en relación con renombrados jugadores del fútbol inglés. Inglaterra, tradicionalmente la cuna del fair play y considerada, justificadamente, un país con deportividad, había sido transtornada ya por las historias de un director de un club renombrado, quien había sido expulsado por haber embolsado una parte de las sumas de transferencia de jugadores; de un renombrado jugador extranjero suspendido por agredir a un hincha, quien lo había insultado desde las gradas, y de jugadores de élite sometidos a rehabilitación por tomar estimulantes para aumentar su rendimiento.
El castigo es uno de los métodos para solucionar problemas de esta índole. Sin embargo, a largo plazo es más productivo realizar un programa sistemático de educación desde las categorías más bajas hasta arriba. Esta es la política adoptada por el nuevo Grupo de Trabajo "for the Good of the Game", creado por el Presidente de la FIFA después del incidente de Qatar, y adherido ahora a la Comisión de Seguridad y Fair Play de la FIFA. La Comisión y su grupo de trabajo han concebido una nueva ofensiva en el asunto del fair play, en la cual se incluye no sólo un Código de Conducta, sino también toda una serie de medidas suplementarias destinadas a jugadores, árbitros, funcionarios oficiales e hinchas.
Pese a lo que hemos dicho anteriormente, es verdad que el fútbol es reflejo de la sociedad, con todas sus imperfecciones actuales como un aumento alarmante de repugnantes ejemplos de racismo. No obstante, el futuro no se debe pintar del todo negro. Los casos espectaculares antes mencionados obtuvieron una amplia cobertura en los medios informativos, lo cual es importante si se quiere exponer a los culpables, pero, por más irracional que suene, el espíritu del fair play estuvo raras veces tan presente en el terreno de juego como en la actualidad. Existe un claro retorno a los sólidos valores del respeto por el adversario y los funcionarios, y los jugadores profesionales son mucho más conscientes de su papel ejemplar. La Copa Mundial 1994 fue un ejemplo típico, con un mínimo de actos de violencia severamente sancionados.
En este contexto, debemos mencionar al ganador del Premio Fair Play de la FIFA 1995, el francés Jacques Glassmann, quien tuvo el valor de sacar a luz el escándalo de soborno en 1993, en el cual estaban involucrados el Olympique Marseille y su propio club, de ese entonces, el Valenciennes. Con la entrega del trofeo Fair Play a Jacques Glassmann, la FIFA honró a una persona que colocó su propia integridad, y la del fútbol, ante todo lo demás. Es un ejemplo que merece ser copiado.