Los norteamericanos proclamaban llenos de confianza que organizarían "la mejor Copa Mundial de la historia". Y, efectivamente, no fue una promesa vacía. Como escribiera el Presidente de la Comisión Organizadora de la Copa Mundial de la FIFA Guillermo Cañedo en la introducción del informe técnico: "Tales declaraciones audaces reflejaban la extensión de las ambiciones norteamericanas y la convicción en su experiencia organizadora".

El astro de USA 1994, el brasileño Romario, en el soleado Rose Bowl (página opuesta) poco después de que el capitán Dunga marcara el penal decisivo contra Italia (izq.). Brasil no fue la íinica selección que entusiasmó a los espectadores. Suecia y Romania supieron agradar igualmente, y el saudita Saeed Owairan (arriba izq) anotó el gol más espectacular del torneo contra Bélgica.

Y como comentara el Presidente Joäo Havelange en el mismo informe, el enorme éxito del Mundial USA 94 nos complace tanto más por haber justificado totalmente la decisión de la FIFA de otorgar la competición final a un país que, gracias a sus infatigables esfuerzos por promover nuestro deporte, se había hecho merecedor desde hace mucho tiempo del respeto de la FIFA.

¿Cuál es el secreto del éxito de aquellas cuatro semanas gloriosas a mediados de 1994? La respuesta es muy compleja, pero básicamente gira en derredor de esa química que se viene generando desde siempre entre jugadores e hinchas. Los aficionados asistieron en cantidades inmensas: más de 3,5 millones agotaron prácticamente los lugares en los 52 partidos en Boston, Chicago, Dallas, Detroit, Los Angeles, Nueva York/Nueva Jersey, Orlando, San Francisco y Washington DC, sin mencionar los 31 mil millones de televidentes en todo el mundo. El espíritu del simple disfrute -un espíritu para el cual el público norteamericano tiene un talento especial y envidiable- se transmitió a los jugadores y a todos los demás, lo cual condujo a un juego más ofensivo, a más goles, menos infracciones y casi ningún incidente desagradable.

El triunfo de la selección norteamericana al llegar a los cuartos de final, donde se tuvo que doblegar ante los futuros campeones mundiales de Brasil por un único gol marcado por Romario en una suntuosa euforia de barras y estrellas de un 4 de julio -día de la independencia- en el estadio Stanford, era lo máximo a lo que los aficionados locales podían aspirar.Pero la mecha estaba ya encendida y el fuego de este entusiasmo contaminador corrió hasta la final del 14 de julio en el Rose Bowl, un desenlace -admitimos- ligeramente insípido.

La Copa Mundial USA 1994 fue una lección con beneficio mutuo: el magnífico público norteamericano se percató de las maravillas que nuestro deporte puede ofrecer, abrazándolo totalmente; nació un nuevo encanto que esperamos que ayude a la nueva Major League Soccer a que sea un rotundo éxito. Y la FIFA, junto con el resto de la comunidad futbolística tradicional, aprendió mucho no sólo de la predilección norteamericana por la organización profesional e inspirada, sino también del hecho de que el deporte más popular del mundo es, después de todo, solamente un juego que se puede disfrutar de buen humor y con una simple alegría ilimitada.

Finalmente, la edición 1994 de la Copa Mundial fue la más lucrativa hasta la fecha. Los ingresos de la venta de entradas (105 millones de francos suizos), derechos de TV (113 millones) y derechos de publicidad (75 millones) superaron notablemente los gastos totales de unos 168,6 millones de francos suizos. El superávit de CHF 124 millones fue distribuido en base a una clave estatutaria de 30% para el comité organizador local y 70% a las asociaciones nacionales participantes, lo cual hizo que cada uno de los 24 finalistas cobrara CHF 835,700 por partido, asegurando, de esta manera, que cada selección recibiera al menos CHF 2,5 millones.