Mientras que todos estaban de acuerdo tras la Copa Mundial Femenina inaugural en 1991 que la primera experiencia fue un rotundo éxito, de la misma manera se estaba de acuerdo, antes de la edición siguiente en junio de 1995 en Suecia, en que este torneo tendría que ser al menos tan convincente como el primero para asegurar la consagración del campeonato más nuevo de la FIFA.
La dulce sonrisa de la victoria: las nuevas campeonas mundiales bajo la lluvia de Rasunda (arriba) y en los escalones del histórico Municipio de Estocolmo (izq.) |
La competición final de 1995 reveló una mayor potencia en dos sentidos: por un lado, hubo más equipos con mejor calidad de juego y, por el otro, los equipos disponían de mayor número de jugadoras talentosas. Se marcaron más goles de maniobras perfectamente concebidas que en China y menos anotaciones resultaron de errores de defensa, particularmente, de las guardametas. En efecto, se vieron algunas magníficas acciones de las porteras en Suecia. Asimismo, las escuadras manifestaron un gran progreso en el planteo táctico.
La elegancia del fútbol femenino: Mia Hamm de EEUU (arriba), Asako Takakura (Japón) con Lena Videkull (Suecia) y Lijie Niu (China). |
Noruega tenía las mejores jugadoras individuales (incluyendo la ganadora del Balón de Oro Hege Riise y la ganadora de la Bota de Oro Ann Kristin Aarones), era la escuadra más equilibrada y con la mejor condición física. Este último factor fue decisivo en la final en el estadio Rasunda de Solna cuando ni las excelentes adversarias alemanas, ni la lluvia torrencial pudieron evitar que las nórdicas ganaran por 2 a 0 ese día.