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Francia 98 o el cementerio de las ilisiones perdidas

DANIEL JEANDUPEUX (Switzerland)
· DANIEL JEANDUPEUS (Suiza), nacido en 1949, 34 partidos internacionales. Entrenador de Sion, Zurich, Tolosa y Caén. Entrenador nacional suizo de 1986 a 1989. Actualmente director deportivo de Caén (Francia).

Vinieron treinta y dos. Doce salieron por la puerta pequeña. Veintiséis se fueron orgullosos con sus medallas o la gloria que acompaña la clasificación para una Copa Mundial de Fútbol.

Cuatro entrenadores -Le Roy, Parreira, Troussier y Talebi- llegaron al Mundial sin haber sufrido en partidos oficiales. Reemplazaban a ex héroes derrocados. Jacquet y Zagallo se aprovecharon de una clasificación automática que -se dice- impide brillar en los momentos decisivos por falta de competición oficial... Las cabezas rodaron rápidamente en Francia 98. Frente al fracaso, las asociaciones nacionales hicieron su revolución. Guillotinados: Parreira, Bum-kun-cha, Kasperczak. Guardemos un minuto de silencio en honor de las víctimas que yacen en el cementerio de las ilusiones perdidas. Rindamos honores militares a los valientes y ejemplares Passarella, Maldini, Milutinovic, Bonev, Okada y otros desaparecidos. Admiremos a Hiddink, Le Roy o Troussier, quienes hicieron funcionar ellos mismos su asiento de eyección para aterrizar en otro lugar.

Ningún entrenador sale indemne de una gran competición mundial. Incluso los más fuertes, los más duros al sufrimiento, no sanan fácilmente de sus heridas. Ya en julio, Clemente y Vogts dieron su último suspiro. La jauría encarnizada alrededor de Hoddle hace pensar en una caza inminente. Mientras tanto, Zagallo, destronado, ha sido convocado por la justicia de su país a fin de responder sobre su culpabilidad por la derrota en la final...

Aimé Jacquet retira los dividendos de su dolorosa empresa. Igual como fue criticado antes de la coronación, de la misma manera es hoy día adulado. Los observadores más astutos se pierden en conjeturas. Sus apariciones públicas provocan el mismo éxtasis piadoso que la llegada del Papa o del Dalai-Lama. ¿Lo van a santificar dentro de poco? ¿Sail-sous-Couzan, su pueblo de origen, y el departamento del Loira construirán un arco del triunfo en su honor?

El maremoto de alegría popular que inundó a Francia inmediatamente antes y después de la Copa Mundial ilustra maravillosamente la carga emocional que pesa sobre todos los equipos nacionales. Francia (país relativamente indiferente al fútbol, si se le compara con sus vecinos ingleses, alemanes, italianos y españoles) reunió en las calles de todas sus ciudades los componentes multiraciales de su sociedad para compartir la gloria de sus jugadores. Blanco, negro, árabe. Blanco como Blanc, Deschamps, Barthez y Petit. Negro como Desailly, Thuram y Karembeu. Arabe como Zidane. La victoria de los azules cementa la unidad nacional. Todo el mundo se ama. Se integra a los emigrantes, como en la época heroica. Jacques Chirac, el Presidente de la República, progresa doce puntos en las encuestas de popularidad. La camiseta Adidas, marcada con el gallo en el pecho y el número 23 en la espalda, que le fue regalada, se convierte en un símbolo ineludible de su marioneta en el programa de TV "Guignols de l'info".

La bandera francesa ondea sobre el mundo del fútbol. Para Aimé Jacquet, el entrenador, la conquista del título fue el "Apocalypse Now". El técnico era muy criticado a causa de su sistema de juego, a pesar de los constantes resultados positivos. El hombre sufrió los peores ataques personales, que se dirigían sobre todo a su supuesta falta de personalidad. Un año antes del gran resultado de su trabajo, Aimé a menudo tenía que cambiar de acera para evitar las palabras sardónicas y los escupitajos. No lo olvidará jamás. La imperdonable mala fe del diario "L'Equipe", que posee el monopolio de la información deportiva cotidiana, se explica debido a la distorsión cultural entre las aspiraciones estéticas del alma francesa y la realidad de la competición de alto nivel. Huelga decir que todos los equipos de Jacquet siempre se apoyaron sobre una gran solidez defensiva y la ausencia de riesgos desmesurados.

¿Por qué entonces atacar este sistema de juego, ya conocido desde el mismo instante en que se designó al entrenador nacional? El técnico se apoya sobre convicciones profundas que le permiten avanzar, incluso en la adversidad; que le autorizan a resistir, sin placer, a cualquier presión. Es un visionario. Como dijo Menotti: "El entrenador imagina, el público y la prensa ven". Es toda esta diferencia, exacerbada por el orgullo nacionalista, que explica los frecuentes malentendidos entre la opinión pública y el técnico de un equipo nacional.


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