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Pnom Penh, la capital de Camboya, hace unos 12 meses: el nuevo año 1997 es recibido con salvas de cañón, fuegos artificiales y mucho ruido. Los nueve millones de habitantes de esta nación asiática azotada por la guerra volvían a cobrar esperanzas. POR: HOLGER OBERMANN
a vista parecía dirigirse hacia un futuro prometedor: política, económica y socialmente. Sin embargo, en poco más de siete meses, el porvenir volvía a cubrirse con un sombrío manto de dudas y nacía nuevamente el recuerdo de una historia bañada en sangre. Luchas internas políticas entre diferentes facciones originaron caos en el órden que había sido establecido por el Cenvenio de París de 1991 y volvió a reinar la inseguridad en el país. Como consecuencia, se detuvo la enorme tendencia alcista en la economía, apoyada por empresas asiáticas e inversionistas occidentales. Con la retirada de todos los capitales también del Banco Mundial, se frenó la infraestructura que estaba cobrando nuevos estímulos y comenzaron a faltar asimismo las fuentes de ingreso generadas por los turistas. No obstante, Camboya tiene algo en común con países como Palestina, Líbano o las regiones de crisis africanas: el perseverante movimiento "ahora más que nunca" en el deporte que abarca todas las clases sociales. El fútbol camboyano estaba en pleno auge desde hace dos años y la primera liga había evolucionado considerablemente con el patrocinio de empresas mundialmente conocidas de la industria electrónica y de bienes de consumo. Cuando se enfrentaban equipos como el "Army", "Police", "Rangers" o el club de los controladores aéreos en el antiguo estadio olímpico (actualmente renovado), los espectadores acudían en masa y llenaban frecuentemente los 25,000 lugares. Asimismo, la FIFA y la AFC ayudaron enormemente a formar entrenadores, médicos deportivos, administradores y árbitros, además de contribuir financieramente. Las competiciones disputadas después del golpe de estado, como por ejemplo, la participación en los Juegos del Sudeste Asiático de 1995 en Tailandia y los partidos clasificatorios para la Copa Mundial 1998, finalizaron con abultadas derrotas humillantes. No obstante, la moral y la capacidad de imponerse ayudaron a superar los duros momentos de un nuevo comienzo. Ni siquiera el golpe de estado en julio de 1997 fue motivo suficiente para no convocar una selección nacional pocas semanas más tarde y participar en los Juegos del Sudeste Asiático 1997 en la capital indonesia Yakarta.
¿Sin esperanzas desde el punto de vista deportivo?
El constructor del éxito es el entrenador alemán Joachim Fickert, quien había abandonado Camboya poco antes del golpe, pero fue asimismo uno de los primeros extranjeros que volvió a asumir su trabajo después del suceso. Su equipo estaba formado por integrantes de ambos bandos. "Nos encontrábamos todos en un mismo bote y teníamos que remar contra corrientes diferentes", declara el instructor de fútbol enviado a Camboya por el gobierno alemán en el marco de un proyecto de ayuda al desarrollo. Cuando Fickert convocó la selección que viajaría a Yakarta, en la cual figuraban siete jugadores del campeón nacional Rangers -todos guardaespaldas de la familia real-, los funcionarios de la asociación sorprendentemente no se opusieron. Virtudes alemanas "Durante toda la fase de preparación no hablamos ni un segundo sobre opiniones políticas y sentimientos de dependencia", cuenta Fickert. Finalmente, un colorido grupo de realistas, policías y soldados viajó a Yakarta a sabiendas de que lo único a que podían aspirar allí era defender el honor de su país. Sin embargo, lograron más, muchísimo más. Keo Sarin, el secretario general de la Asociación de Camboya, comentó el buen rendimiento de la siguiente manera: "Nosotros, los adultos, hemos aprendido en 30 años a no rendir las armas jamás, y esto se ha transmitido a nuestros hijos". Continuó con el siguiente elogio para el director técnico alemán: "Fickert supo insuflarnos constantemente esperanzas, aun cuando muchas cosas no funcionaban como queríamos. Por cierto, los alemanes tienen mucho en común con nosotros, virtudes como disciplina, voluntad de combate y de trabajo. ¡Estos valores fueron decisivos!". Máxima importancia: la promoción de la juventud
Ir más allá de Pnom Penh Fickert tampoco sabe cómo se podrá solucionar el problema de la economía desmoronada. Sea como fuere, desde comienzos del año se juega nuevamente al fútbol en la primera liga y en el sector de aficionados, a despecho de todas las dificultades y gracias al arte de improvisación de los asiáticos. Se tiene asimismo la intención de introducir una liga juvenil en el correr de este año. Para el futuro del fútbol será muy importante expandir el deporte más allá de la región de Pnom Penh, lo cual todavía no es posible por razones de seguridad; por ejemplo, debido al peligro de las zonas minadas. "Lo lograremos", opina el secretario general Keo Sarin, antiguo jugador de fútbol, lleno de confianza: "Los camboyanos nunca nos someteremos. Vendrán mejores tiempos y tendremos paciencia... muchísima paciencia".
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