"A UNA PERSONA AMONESTADA
VALE POR DOS"

¿Deberá dejarse influenciar el árbitro por el resultado del partido o por la situación del juego al sancionar a los jugadores?

POR MICHEL VAUTROT
From France, member of the
FIFA Referees' Committee
and a FIFA referee until 1990.

Dicho moderadamente, no tengo recuerdos muy agradables de la semifinal de la Copa Mundial entre Italia y Argentina del 3 de julio de 1990 por varias razones. Lo mismo vale, posiblemente, para el delantero argentino Claudio Caniggia, a quien amonesté en ese partido por mano intencionada. Respondió a mi decisión con una mirada perpleja y llena de decepción, como si se hubiera venido el mundo abajo. Supe inmediatamente por qué estaba tan desilucionado: mi tarjeta amarilla significaba que no podría participar en la final de la Copa Mundial.

El jugador y toda una nación estaban enfurecidos conmigo y posiblemente lo sigan estando aún hoy día. Habrán pensado -injustamente- que lo había sancionado deliberadamente. Desde ese momento, me he preguntado frecuentemente quién tuvo la culpa principal en aquel incidente: yo, el árbitro, apoyado por las Reglas, pero sin haber consultado antes del partido la lista de jugadores amonestados o Caniggia, quien extendió la mano hacia la pelota en una movimiento de reflejo, a sabiendas de que esta infracción le costaría automáticamente la suspensión posterior.

Mucha gente cree que los árbitros salen a la cancha con ideas preconcebidas en lo que se refiere a algunos protagonistas, como por ejemplo vigilar más a aquéllos que suelen causar problemas o tratar con mayor indulgencia a aquéllos que son considerados más dóciles.

Basándome en mi experiencia y con toda honestidad, puedo decir que algunos jugadores tramposos han sido seguramente víctimas de su reputación en algún momento debido a la indecisión de algún árbitro, quien decidió, luego, contra ellos. Sin embargo, los moralistas alegarán que un tramposo no merece otra cosa...

Existen también los otros, los "angelitos", que tuvieron la suerte de no ser amonestados por más que quizás lo merezcan. También aquí se puede alegar que fueron recompensados por su actitud generalmente correcta.

No olvidemos que también los árbitros tienen que defender su reputación.

Existen, por una parte, las figuras estelares que constituyen un blanco ideal para los ataques de adversarios que no son capaces de detenerlos con medios deportivos. Se quejan de no obtener la protección adecuada y ser, mucho más a menudo, objeto de faltas que los otros. Por el otro lado, existen los jugadores menos conocidos que ven el asunto completamente a la inversa, considerándose perjudicados en comparación con las estrellas.

Todo esto puede ser adjudicado a la psique humana, pero existen otros factores que provienen de las circunstancias particulares del partido:

¿deberá dejarse influenciar el árbitro por el resultado o por la situación del juego al sancionar a los jugadores? ¿Deberá evaluarse una infracción en el contexto de las consecuencias y sin consideración del conjunto de las 17 Reglas? ¿Podemos hablar de un tratamiento justo cuando un jugador es amonestado por una infracción determinada en los primeros minutos del partido, mientras que otro no recibe ninguna amonestación por una infracción similar sólo por que ocurrió en la fase final del partido, cuando todo estaba decidido?

Al árbitro se le exige que reconcilie lo irreconciliable, lo cual hace que se sienta como un equilibrista con silbato, tratando de mantener su equilibrio entre dos diferentes sistemas de valores.

Lo he dicho siempre: no son los árbitros los que administran las sanciones, sino que son los jugadores los que se las buscan.

Un árbitro propenso a reacciones anímicas demuestra, por cierto, que es humano, pero pone en peligro su autoridad y también su imparcialidad.

Se supone que ante la ley somos todos iguales: pequeños o grandes, ricos o pobres; de modo que debemos exigir la misma justicia de las reglas del fútbol.

Existe un proverbio francés que puede traducirse a todos los idiomas: "Una persona amonestada vale por dos". El dicho implica que son los jugadores quienes deben ser concientes de sus acciones y ciertamente no los árbitros. Si el colegiado está obligado a considerar las circunstancias y consecuencias de cada decisión, entonces perderá su imparcialidad, así como la uniformidad tan abogada por los aficionados de nuestro deporte.

Por más que el árbitro se esfuerce para pitar con justicia y de buena fe, habrá siempre algunos que lo critiquen por considerarse víctima de sus decisiones...

Retornar a la Tabla de Contenido [TOC]


Media releasesFIFA Handbook

Copyright © 1996 Fédération Internationale de Football Association. All rights reserved.
Copyright © 1996 En-Linea, Inc. All rights reserved.